Pensar.
La sombra que proyecta el árbol sobre la vereda,
muchedumbres que pasan y no se percatan,
el loco que ha perdido el signo,
para ver esas cosas,
el aburrimiento
el cansancio
la fatiga
el tedio
el fin.
Y de nuevo la sombra de Nietzsche se mece sobre los tiempos:
"¿Para qué pensamos? solo para dominar."
La sentencia, el día despúés de haber perdido el mayor monumento del hombre:
Nombrar a Dios en el concepto pero buscarlo igualmente en el mundo y sus fluires.
Buscar lo infinito sin la garantía de encontrarlo.
El loco pensará -muy a su pesar- que la sombra sobre la calle no es más ínútil que el crecimiento del trigo o el movimiento de una mano en el aire. "¿Es esto filosofar: pensar que aún quedan restos de una pregunta sin garantía de ser respondida?" Y luego un resto de esperanza: "¿No es esto seguir creyendo que la base de la pregunta es una búsqueda en el mundo, una búsqueda que inútilmente tiene el nombre de Dios?"
Y entre pregunta y pregunta la sombra de la calle cambiaba de posición lentamente, el día se desplegaba sobre las muchedumbres que iban de acá para allá. El loco pensaba porque pensar es lo único que le queda: "Uno llega al mundo, y adquiere la capacidad de separarse del mundo mismo, nombrandolo en cualquier lado a cualquier hora: ahora puedo invocar un gato sobre la mesa,
o un palo borracho en medio de un jardín,
o la fila de álamos un sábado a la tarde,
o la salida de un tren hacia Patagonia,
o un mate en silencio en verano
o la lluvia sobre Avenida de Mayo."
Estas cosas conmovieron al loco, quien juntando las manos y el pecho, dejó de pensar que pensaba para ejercer la filosofía desde otro lugar: buscando en el mundo.
"¿Y no es esto aún ejecutar el nombre de Dios?"