Entre calle y calle se acumulaba el peso del deseo de permanecer.
Tan insoportable que le hubiera pedido ayuda a un turco
para permanecer, para sostenerme sin entrar a un bar hacia Seestrasse.
Me entregué a la esperanza más pesada que los adoquines,
me olvidé que enfrente había juegos y árboles
que no quise disfrutar, que se me escaparon en las siestas
de la depresión, de la espera, del no saber qué hacer
Las recuerdos con el cansancio del que escucha el paraíso
pero no puede levantarse para cruzar la calle
ir por un helado, por una charla en alemán
por un tiempo de presente puro y pleno.
No. Togostrasse fue el tiempo de la añoranza
de un futuro que no eran manos hacendosas
ni buenas voluntades, eran el llanto
luego del sueño premonitorio.
Bajando sus escaleras a un infierno
de expulsiones, de despedidas
de la desesperación, del no entender
por qué ahora estoy en la montaña
Cada mañana me admira que la piedra
sea la echada por el viento
y no por la pala o puesta por
la mano humana, la voluntad
Porque creo que no todo es voluntad
hay algo más, un exceso o un inicio.
Es lo que percibí
en un cuarto en Togostrasse.
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