¿Qué podré darle al mundo sino signos y más signos?
La palabra es mi carga exacta, la madera que levanto y que cuesta sostener.
Mis manos, estas manos aún no cansadas y sin embargo a veces libres de manotear al viento, de urgar en las oquedades.
Y sin embargo, hay una madera pesada que cargar y llevar hacia las inconmensurables habitaciones del tiempo futuro. Atrás hemos dejado abismos y cuartos teñidos tanto por la luz de la mañana como por las tinieblas de la noche. Atrás, digo, sólo hemos dejado lo que hoy solamente tenemos: signos y más signos del naufragio.
Lo único que quedan son estas manos y esta madera pesada que se ha de cargar hacia el porvenir, lo que aún no es signo.
Y yo me especializo en lanzar signos al aire, signos de lo perdido o de lo nunca conquistado, ¿es que mi pobreza de nunca haber abrazado al mundo sólo puede consolarse con nombrarlo, con designarlo con palabras?
¿Y quién ha conquistado al mundo, quién ha tomado al mundo y ha podido reducirlo a la palma de las manos?
A nosotros nos quedan estas cosas: nombrar, decir algo, lanzarlo al aire, como si el aire necesitara del aliento del verbo.
A mi me tocan esta madera de entregar signos que son la madera que llevan mis manos.
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