Yo nunca me acostumbro a irme de los lugares. Por más que desde hace cuatro años me voy de Buenos Aires, me despido de la familia, de la comida de mamá, de la atención de los tíos, de las charlas con mis hermanos.
Cada vez que me voy, me vuelvo a dar cuenta lo clave que son para mí estas cosas, cómo determinan el por qué de mi felicidad, de mi dicha. Quisiera ingresar todas estas calles, estos abrazos, todo esto, en mi mochila roja. Quisiera que todo se vuelva un viaje personal.
Sabiendo la inevitabilidad de esta angustia silenciosa y personal, me resigno a vivir y disfrutarlos con la totalidad que me alcanza. que a veces no es suficiente, pero es lo puedo dar.
Cuando llego al silencio de mis proyectos, a la tranquilidad de Melipal, es ahí que me toca volver al presente, a lo que me ha sido dado, y que aún no logro determinar.
La madera, la sombra sobre el Cerro Otto, la bajada hacia el Lago, los saludos de los vecinos. Los amores que intentan ser futuro. Como si no hubiera lugar para todo esto que amo y que me llena en Buenos Aires.
Quién soy? Para quién? No puedo más que escribir, no puedo más que levantarme y sonreirle a mamá.
Lo demás, Dios dirá, el tiempo lo mostrará, y yo lo tendré que captar.
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