A las tres de la tarde hubo alguien que murió con los brazos extendidas.
Estaba herido, estaba cansado, pero comprendió lo insondable del dolor.
Un dolor transformado en muchedumbres que van, que alzan sus manos pidiendo, aquellos sin nada que lo han pedido todo, los que no fueron entendidos, los abandonados, los lastimados.
Yo también he perdido, yo también he visto irse la voluntad herida porque nada fue.
Perdí, y en la herida miré a quien en esas tres de la tarde extendió sus brazos, generando el abrazo eterno. Diciendo: te entiendo, ven.
Ven, no nos dejes, porque yo estoy herido pero si uno mis heridas a las tuyas, haremos las cosas nuevas. Sanaremos.
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