Cuando el miedo se cobró la última parte del día
y tomó cada rincón de la casa, cada sombra humana que se acerca,
viste el agotamiento del dolor, el fin de la espera, la
finitud del miedo.
Y es ahí cuando comprendiste que el miedo
no es como el mar o como los abrazos
constantes, resistentes, eternos en el recuerdo.
Y es ahí, que se dibuja el sol de la mañana
sobre la ranura de la puerta, en el apacible movimiento
de una planta que quiere nacer al alba.
Nos destinamos sin saber a un futuro
Alemania, Argentina o qué se yo.
Es ampliar la capacidad de decir
puedo, sin el temor y el temblor
de una fecha que se apaga, de días
de fracasos, puteadas y a las ratras.
Quisiera hoy mismo descubrir
la finitud del miedo.
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