miércoles, 9 de noviembre de 2011

Cada vez que la arqueología anda en el oficio de mis ojos, encuentro en cada calle un sótano, un fundamento para la mezcla de las fechas, los accidentes del tiempo, las agregaciones humanas. Visito el fondo, de allí provengo, de allí se encuentra el amor, la derrota, la melancolía.
Sin embargo, preso yo de los presentes reactualizados eternamente, evoco mi otro oficio: tener un nombre, llevarlo como bandera, votar cada cuatro años, tocar otras manos, hablar sobre filosofía y ciencia, aguardar en la vida misma el significado mismo de la muerte.
Por eso, cada vez que la arqueología anda en el oficio de mis ojos la calle se me hace tan hermosa que a veces que las ciudades se inventaron en los cuentos que nos contaron cuando abriamos las primeras veces los ojos.