viernes, 29 de marzo de 2019

Vivir en Argentina


De los que hacemos las cosas en silencio, a veces nos gana el desánimo: una inflación galopante, los proyectos familiares que se abruman ante la falta de trabajo, la desesperanza de clases enteras que debajo de la mesa aprietan las manos porque no pueden comer.
En Argentina hay un dos por ciento de habitantes que gritan en las calles, que salen en matutinos, y que intenta hablar por toda una mayoría silenciosa que en la Argentina profunda, en la Argentina silenciosa dice algo.
Dicen con las manos, dicen con las charlas mínimas, dicen en cada procesión, en cada sonrisa regalada.
Argentina es ese silencio de sus valles, es ese romper de olas cerca de Comodoro Rivadavia, es ese moverse del agua en el Nahuel Huapi, y es toda esa gente que, sin estar en la Plaza de Mayo, se sienta en toda orilla de la Historia no para contemplar sino aguardando el momento justo para de una vez por todas darle a esta Argentina la forma del futuro.
Vivir en las profundidades de la Argentina, es vivir el misterio de un país en su infancia, y en su sabiduría aún no explorada.
Yo confío que en este lecho, en esta Argentina visceral, se va despertando lo que hace a su Historia y sobre todo a su Grandeza.

jueves, 14 de marzo de 2019

Si no odiás, ganás


Hace unos días se me ocurrió una frase: el que ama, pierde.
Pierde en el sentido que se expone a lo que puede doler y acometer en términos de incertidumbre.
El que ama, sincera un elemento sensible y fundamental de todo ser humano: entregarse a un otro, perderse en las mareas de la espera y de la esperanza. Pero el que no ama pero seduce, gana al otro, lo posee, pero no para dejarlo en su mismidad, sino para utilizarlo como trofeo o recurso.

Otro día alguien dijo: el que se enoja, pierde.
Enojarse no es amar, pero es sincerarse. Es desplegar la ira y un pensamiento de impotencia, de displacer. En un mundo dado a las apariencias y la sonrisa maquillada, enojarse suena a abuso y exageración.

Pero hoy leo; si no odiás, ganás.
Y me parece un buena síntesis entre las dos premisas. Si amar y odiar es perder, no odiar es ganar. Pero no odiar no implica no amar, sino dejar ir, "soltar", olvidar. Olvidar es lo mejor que podemos hacer para no caer en los terrores de los extremos. Cuando no odiamos a quien pudo hacernos mal o lastimarnos, estamos olvidando la lastimadura y eso es abandonar toda emoción fuerte que nos confina al banco de perdedores.

Mirar con el tiempo a quien pudo habernos hecho mal y no odiarlo es un triunfo para todos.