La existencia del signo es el anuncio de la ausencia. Así me lo enseña Roland Barthes en su libro, el cual el placer de leerlo y a la vez la angustia que me inunda me obligan a darle cuerpo a esto que siento.
Si la imaginación es una insistencia por una ausencia irremediable, inevitable y sobre todo palpable, me pregunto si el oficio de escribir más que desenterrar lo que fue es una reinvención del dolor, una transmutación.
Los que se fueron, ¿cómo quieren ser revividos? ¿A través de un silencio de cuarto un sábado a la noche, intentando buscar en el presente la clave del olvido, o más bien imaginando mundo posibles en una literatura que construye lo que vendrá pero en cuyo proceso el dolor por lo ausente es insoportable y hasta sofocante.
Yo no quiero enamorarme de las palabras
quiero amar lo que se perdió en aquellos días
de la infancia frustrada pero ilusionada
Quiero a las palabras como límite
para saber que ahora no soy yo
sino los que me precedieron
los que me abrazaron
y los que me dijeron
te quiero.
Si me enamoro de un arte menor
me reencontraré con ese que fui
en las noches de Berlín
un amor circular entre
errores y correcciones.
Quiero amar lo que significan
las palabras que asumo
porque es la manera de honrar
los que fueron para mi
en mis años inocentes.
Porque siento que así
con la palabra como puente
y la angustia transformada
en Amor llegaré
no al futuro que quiero
sino al futuro que tenga que ser
pero con las huellas de lo que amé.