martes, 16 de agosto de 2011


He retrasado el recuerdo de pueblos, he esperado en las plazas, me ha tocado lo peor de las sillas: usarlas para pensar.

No tengo un donde en donde no me pregunte por qué.

Por eso el espacio se me hace curvo y me trae a la misma fecha, donde la pregunta sigue en su piedra, tallada y mojada
por viejos temporales.

En cada lugar encontré un centro, dejé escrituras tiradas, me imaginé dejando claves para que me busquen por si me perdía voluntariamente.

Todo mi ser es un donde, por eso soy todo el donde que puedo pensar.

¿Fuera del último dedo que saluda a una cara hay algo más? Siempre me resultó magia pura eso de querer hablar del cielo al alzar los brazos, saludar desde el andén estirando el brazo, armando un puente entre los cuerpos con los brazos entrelazados. Todo puro brazo, todo acá, acá, escribiendo para llegarnos para cuando la carne se funda y confunda, y sobre demasiado que deba habilitarse una nueva parcela. ¿Ocupará más espacio la palabra o el cuerpo?

A lo que fuimos, flores y rituales.

A lo que dijimos, una bomba de vacío, y unas nuevas palabras, de nadie, como las anterioriores que ni me digné a pedirlas prestadas. (Es que me hablaban tanto de ella, y tomé la responsabilidad de armar un par de jardines en las localidades cercanas)

Dónde en los pueblos , dónde en los cuartos, dónde en tramos hacia el horizonte, dónde en el límite entre una estación del año y la otra, dónde acá, que escribo y me sitúo para recordarnos entre todos que nos entendemos en el preguntar.





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