lunes, 21 de noviembre de 2016

Agua


Te entiendo, amigo, te entiendo. Uno busca y rebusca entre la parva de libros de la biblioteca y no está. La letra está muerta, pero no así quien excava hasta encontrar el agua. Y vos quisieras que todo el altillo del tercer piso -donde se hallan las reliquias de Durero, el Quijote, la germanofilia, y cómics debajo de la pornografía post dictadura- se inunde de esos torrentes de agua encontrada por los excavadores. ¿Y si se mojan los libros? ¡Qué importa!, si la causa fue buena y el agua es dulce y logra ahogar años de espera y soledad, años de destierro y desesperanza, años de tire y afloje. Que todo se moje y alcance a los viejos excavadores, porque ellos volverán a las bibliografías perdidas, a encontrar lo que era suyo y se había separado en el desierto.
Amigo, te entiendo, los excavadores aún están ahí, vivos, aguantando con la pala.¿Y qué esperan? Vaya uno a saber qué, si el mate de la tarde, si una torta frita con azúcar, si un abrazo, si un ejemplo de riesgo, si las señales de la Enciclopedia. Uno quisiera que el juego fuera entre los que esperan revivir la letra, y la letra revivida, y luego el agua llenando toda tu librería hasta nadar, y más que nadar, hasta ahogarse en la letra escurrida y potente que hace nueva toda corriente,  todo pensamiento, toda lectura por la tarde.
Por todo esto, te entiendo, amigo.

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